Romería al Santuario del Saliente 8 de septiembre
La subida se hacía entre cantos y alegría, sin alterar el sentido religioso de quienes descalzos, en silencio o portando a hombros a la criatura que, en peligro, recibió la ayuda de la Virgen, iban cumpliendo sus promesas. Las promesas al pie de la cuesta se intensifican: se sube con los pies descalzos, de rodillas, rezando. En la cima, la alegría y la satisfacción de haber superado la dificultad y la prueba. Al final del camino una estampa medieval se abre al visitante: pobres, mendigos, tullidos y pícaros extienden sus manos y con voz lastimera llaman a la caridad. Es el momento de cumplir la promesa de repartir el pan o la calderilla entre ellos.
El nuevo día, día grande, se comenzaba con nueva procesión de la imagen, misa solemne con diáconos y orador sagrado, entre ruidos de cohetes que sin cesar se disparaban desde la tarde anterior. Mirando al valle, la Virgen se había detenido y culminaba la emoción con el canto de la Salve que, en la prolongación de sus notas, se convertía en sentida meditación. Los vivas a la Virgen del Saliente, a la Pequeñica, llenaban la plaza y el templo entre la algarabía de los puestos de turrón, de velas, licores y recuerdos piadosos que daban ese aire de fiesta en ruptura con lo cotidiano, con predominio del exceso y como adelanto de la gran fiesta, eterna, siempre esperada. Mientras tanto en Albox, una alegre juventud sigue a los mayores en el testimonio de una tradición. Subir andando al Saliente es un rito que se perpetúa cada año, renovando con nuevo estilo viejas costumbres. En los últimos tiempos comienza la romería con un acto a las doce de la noche en la Parroquia de Santa María, cuyo centro es la felicitación a la Virgen con el canto de la Salve. Empieza a caminar y las antiguas promesas se mezclan con las nuevas; no falta algún estudiante que en su mochila lleve los libros de las asignaturas que en junio no superó. El camino se inicia y como luciérnagas luminosas se ven en la noche las luces que indican la marcha. Un alto se hace obligado en el bar de Bernardo en Las Pocicas, donde comienza a notarse la fatiga que con un bocadillo se alivia. se reemprende el caminar, se pasa por los Aceiteros y poco después comienza el tramo más duro: !Hay que subir la cuesta!
Todo es orden, hasta en los mendigos que siguen esperando la limosna y que en autocares van haciendo el recorrido Saliente, Monteagud, Tices y Bacares. Un aire nuevo se respira, manteniendo lo fundamental como nota: la devoción profunda a la Virgen del Saliente. PEDRO Mª Y ANTONIO FERNÁNDEZ ORTEGA: "El Santuario del Saliente. Historia y Vida" . 1985
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